sábado, 21 de noviembre de 2015

Notte e giorno faticar


"Ma mi par che venga gente; non mi voglio far sentir"

"[Revista del Real] Esta ópera forma parte de la trilogía que Mozart compuso con libretos de Da Ponte, ¿qué principales diferencias con respecto a las demás destacaría en Don Giovanni?

[Alejo Pérez] Sin duda, el componente trágico. Don Giovanni se sumerge en una reflexión sobre la muerte, tema en el que muy raras veces se aventura Mozart. El año de composición de Don Giovanni es también el de la muerte de Leopold, figura paterna de estatura y sombras insospechadas. Desde el comienzo mismo de la obra, queda claro que no se trata de una comedia de enredos. El dramma giocoso esgrime la chispa genial del enredo magistralmente tejido por Da Ponte y Mozart, pero también la profundidad del vértigo ante la muerte, no solamente por la figura del Commendatore. Don Giovanni carga con el mandato social –al menos es una de tantas lecturas posibles– de una época, o de todas. De alguna manera lo efímero de sus conquistas y de su acelerada existencia lo empujan a este anhelo de muerte.

[RR]¿Y cómo la situaría en el contexto general de su obra?

[AP] Mozart recurre en algunas de sus obras a una veta simbólica, de tonos mates: es el mundo de sus obras masónicas (que son muchas más que Die Zauberflöte), más emparentadas con una visión del más allá. El mundo de Don Giovanni explora, en cambio, el tópico puramente trágico; la visión de ese paso –la muerte– desde nuestro lado, antes de enfrentarnos con él. Alguien dijo alguna vez que la tristeza en Mozart conmovía doblemente, porque se trata de la tristeza de un niño. Algo de esta conjunción, de lo genialmente buffo y la hondura del enfrentamiento con lo trágico hace de Don Giovanni, a mi entender, una obra tan única. 

[...]

[RR] ¿Qué voces requiere esta ópera?

[AP] En esto es muy enriquecedora la aportación de la correspondencia de Mozart. Allí se revela en toda su dimensión el savoir-faire del hombre de teatro. Él habla de tres tipos de voces: el rol serio, la voz de mezzo carattere y la figura buffa. Los primeros requieren una voz sólida, con peso. Los últimos tienden a la liviandad en general. Los de mezzo carattere deben estar a sus anchas en ambos géneros. En el caso de las mujeres esta disposición es clara (Donna Anna, Donna Elvira y Zerlina). En el caso de los hombres es algo menos clara. Leporello, por ejemplo, es un personaje buffo que requiere de peso además de una agilidad vocal notable. Don Giovanni es mezzo carattere, además de ser idealmente una voz joven. Ottavio es un tenor liviano y Masetto un bajo buffo. El Commendatore debe poseer el volumen de la figura de autoridad, antes de morir, y luego, desde más allá, como convidado de piedra; no debería sonar de la misma manera en ambas oportunidades, son solemnidades muy distintas.

[RR] ¿Cuál es el tempo que le parece adecuado para esta ópera?, pues según diversos intérpretes e incluso según diversas épocas, los tempi pueden cambiar mucho.

[AP] Nosotros heredamos un Don Giovanni tras un siglo que lo romantizó como héroe, por un lado, y moralizó su condena por otro. Esta tergiversación del mito durante el siglo XIX conllevó también, consecuentemente, cambios de interpretación musical. Muchos de ellos tendieron a hacer los tempi más lentos de lo que están escritos. Si bien Mozart no especifica metrónomos (el invento de Mälzel es posterior), la escritura alla breve es inequívoca en muchos números. Asimismo la indicación “andante” es erróneamente interpretada como un tempo lento, cuando en realidad es indicadora del flujo hacia delante. “Più andante” debe ser “aún más fluido”, no más lento."








jueves, 12 de noviembre de 2015

Intermezzo

"Francis Ford Coppola no acometió la tercera parte de El padrino en las mejores condiciones posibles. Su carrera estaba en un momento de gran desmotivación y su situación financiera lo forzó a acometer un epílogo de la saga que nunca contempló del todo. Hubo varias complicaciones añadidas. Robert Duvall quedó fuera del reparto por un problema de aspiraciones salariales, quedando Tom Hagen arrancado del guión y de la historia. La polémica inclusión de Sofía Coppola fue consecuencia de la espantada de Winona Ryder, que finalmente no pudo participar en la película como la hija de Michael Corleone. Además, la Paramount concedió sólo seis semanas para la elaboración del guión, cuando director y guionista deseaban poder realizarlo con garantías en seis meses. Con todo y con eso, Coppola planteó a conciencia —otra vez junto a Mario Puzo— la última parte de su gran trilogía italoamericana. Para el último acto de la película Francis puso los ojos en una ópera de raíces muy sureñas, un marco trágico que podía servir a las mil maravillas a sus intenciones dramáticas: Cavalleria Rusticana. Qué mejor ópera para los Corleone, probablemente la única posible. Según lo planeado, el argumento de su intrigante maraña vaticana se completaría con la representación de esta ópera en la ciudad de Palermo, donde Anthony Corleone, tenor e hijo primogénito del clan, interpretaría el papel protagonista de la obra, el del amante Turiddu, con su familia observándole complacida desde el palco. En ese escenario sucedería, otra vez, el desenlace predilecto de Coppola para el final de cada uno de los episodios de la saga: una secuencia múltiple de escenas paralelas en las que las muertes y los ajusten de cuentas se suceden en diabólica sucesión y completan la trama victoriosa de los Corleone. Pero en esta ocasión el destino traería una muerte fuera de guión. El complot por matar a Michael Corleone yerra y encuentra una víctima accidental, Mary Corleone, que es disparada en la escalinata de acceso una vez el espectáculo ha terminado y toda la familia se congrega feliz para salir de allí. Sólo entonces Coppola nos regala la pieza musical que se ha reservado y nos ha negado durante la ópera: el Intermezzo de Cavalleria Rusticana. La música acompaña con gran fuerza el momento más claramente desgarrado de la trilogía. Kay Adams abraza el cuerpo moribundo de su hija. Michael la llora con un grito mudo hacia el cielo que luego se vuelve sonoro. Connie Corleone grita y luego mira estupefacta, ciñéndose el pañuelo negro sobre la cabeza en señal de duelo. Vincent Corleone cumple con lo previsto y hace lo que haría Sonny, su padre: ejecutar a quemarropa al asesino. Luego contempla lívido y desencajado cómo se marcha la mujer que quiere. Por si no fuera suficiente, el plano funde con tres flashbacks cuando la música ya está en su momento álgido: Michael bailando con su hija en la secuencia inicial de la fiesta, en esa misma película; Michael bailando con Kay al inicio de la segunda, tras el bautizo de su hijo; y Michael bailando con Apollonia en Italia, su esposa siciliana del primer film. Para terminar, un Michael más que anciano se derrumba consumido sobre la grava de la casa de Don Tomassino mientras el Intermezzo diluye sus últimos sones. Es la última imagen de la saga. Por si cabe alguna duda sobre la importancia de esta ópera para los creadores de El Padrino, baste decir que decidieron cerrar la mejor trilogía de la historia del cine con Cavalleria Rusticana.

[...]

Al castellano, Cavalleria Rusticana se traduce como nobleza rural o caballerosidad rural. Sus significados y resonancias parecen representar el clamor sentimental de un país, Italia, siempre sediento de sones henchidos como el Va Pensiero de Nabucco (1842), que recogen el sentir herido de una nación partida en dos o en infinitas partes. Bien podría ser Mascagni el compositor del Fratelli d’Italia. Al sur el sol calienta unas tierras fecundas que se agitan violentas en calidad de depositarias de, quizá, el espíritu italoamericano. El melodrama verista resultante es caldo de cultivo perfecto para una época actual, la hipermoderna, en la que las industrias culturales demandan más que nunca material de combustión sentimental sencilla. La cada vez más evocadora e incidental música decimonónica, en contraste a la abstracta, se presta perfectamente a ello. Se requiere emoción y se requiere de la forma más inmediata posible, productos de colores fuertes que conmuevan con facilidad. Lo malo es que el sentimentalismo ha sepultado la emoción estética más refinada; lo bueno, que obras magníficas son rescatadas con entusiasmo y sin parar —un día, por cierto, a la industria le dará tortícolis de tanto mirar hacia atrás y extraer del pasado—, aunque a veces se haga con dudosos criterios estéticos. Afortunadamente la nobleza rural de Mascagni es ya un símbolo de dominio público, una intersección moral de lo honorable con lo pasional que produce imágenes muy reconocibles por todos. Si el Intermezzo de Cavalleria Rusticana produce en los oídos el efecto de la reminiscencia inmediata, chispas en el paladar, significa que la obra ya está entre nosotros para no marcharse jamás."