domingo, 21 de junio de 2015

El final de los finales: Obertura 1812. Tchaikovsky


"El 20 de agosto de 1882 se estrenó en Moscú una de las más grandes composiciones musicales de la historia. Se trata de la Obertura 1812 del genial compositor ruso Piotr Illych Tchaikovski. Esta composición celebra la derrota de Napoleón en su campaña por conquistar Rusia, y con el paso del tiempo se ha convertido en una representación de la libertad y la lucha contra la tiranía.

El 7 de septiembre de 1812, las tropas de Napoleón se enfrentaron a las fuerzas rusas en Borodino (a 120 km al oeste de Moscú). Aunque el ejercito francés fue el ganador, resultó una victoria pírrica para Napoleón, pues con más 100.000 bajas la batalla de Borodino es considerada una de las mas sangrientas de la historia. Con sus fuerzas agotadas, Napoleón avanzó hasta Moscú. Los franceses se encontraron con una ciudad incendiada y sin provisiones. Como estaba muy lejos de sus líneas de abastecimiento, Napoleón se vio obligado a abandonar Rusia. En su larga marcha de regreso, el ejército francés se enfrentó a varios contratiempos: hambre, bajas temperaturas y el constante asedio de las fuerzas rusas. Para cuando llegó a Polonia, la "Grande Armée" se encontraba reducida a la décima parte de su fuerza original. Esta derrota de Napoleón inspiró a Leon Tolstoi a escribir su famosa novela “Guerra y Paz” y a Piotr Illych Tchaikovsky a componer la célebre "Obertura 1812".

[...]

La obra comienza con "Dios proteja a su pueblo", una melodía religiosa de la Iglesia Ortodoxa Rusa, ejecutada por ocho violoncellos y cuatro violas, que recuerda la convocatoria a rezar por la paz que encabezó el Patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rusa, consciente de que el ejército imperial ruso, inexperto y pobremente equipado, no podría hacer frente al ejército de Napoleón, que era la maquinaria de guerra más poderosa de su tiempo. Las notas que suenan a continuación expresan la inminencia del conflicto y la preparación para la batalla, en una mezcla entre la desesperación y el entusiasmo, seguido por los sones distantes de "La Marsellesa" representando el avance francés. Los dos ejércitos se encuentran en Borodino y "La Marsellesa" se impone tras una dura lucha. La pieza tradicional rusa que sigue plasma el pedido apasionado del Zar, que apela al espíritu ruso, llamando a su gente a seguir adelante y defender a la Madre Rusia. Sin embargo, "La Marsellesa" vuelve a elevarse, indicando el avance sobre Moscú por parte de las fuerzas francesas. Los rusos abandonan sus pueblos en el camino a Moscú dejando atrás tierra arrasada, y el crescendo de la música tradicional rusa va luchando contra el himno francés, hasta que este choque llega a un punto elevado, indicando la caída de la última línea de defensa rusa, al tiempo que Moscú arde. En el momento de la toma de Moscú, cuando todo parece perdido, el himno religioso del inicio es oído de nuevo representando la intervención divina, que trae un invierno extremo para el que los franceses no estaban preparados. Las tropas invasoras comienzan su retirada, pero sus cañones, atrapados en el terreno congelado, son capturados por los rusos. En el final apoteósico, los cañones son disparados en señal de triunfo, acompañados por el repique de las campanas."






viernes, 12 de junio de 2015

Eugene Onegin - Escena final

"¡Pensar que la felicidad tan cerca se encontraba!"

"¿Quién no podría, al contemplarla, / adivinar su sufrimiento? / ¿Quién no podría en la kniaguina / reconocer a aquella Tania? / Arrepentido hondamente, / se postra a sus pies. Tatiana / se estremece y, silenciosa, / le mira sin mostrar enojo / ni extrañeza... El aspecto / enfermo y triste de Oneguin, / sus ojos se lo dicen todo. / Entonces resucita en ella / la humilde joven con los mismos / ensueños de aquellos tiempos.

No le obliga a levantarse / y, al contemplarlo, no aleja / su mano inerte de los labios / ardientes y ávidos de Eugenio... / ¿En qué estará soñando ahora? / Reina un silencio prolongado. / Al fin le dice en voz baja: / "Levántese usted, bastante. / Le debo explicarlo todo / abierta y sinceramente. / ¿Recuerda usted aquel encuentro / en la alameda, en el parque? / ¿Recuerda cómo me aleccionaba / a mí, sumisa? Ha llegado / mi turno de hacer lo mismo.

Yo era en aquel entonces / más joven, más lozana y bella; / yo le amaba. Y ¿qué respuesta / yo encontré en su corazón? / Dureza sólo. ¿No es cierto? / ¿No era novedad alguna / el tierno amor de una niña / para usted? Cuando me acuerdo / de su sermón y su mirada, / de frío llena, se me hiela / aún la sangre en las venas... / No le reprocho: actuó / usted entonces con nobleza. / Se lo agradezco en el alma...

Allí, en los sitios alejados / de esa vanidad mundana / (¿no estoy acaso en lo cierto?), / usted me rechazó... Entonces, / ¿por qué ahora me persigue? / ¿Por qué en mí se ha fijado? / ¿Acaso porque pertenezco / a la alta sociedad, soy noble / y rica, porque mi esposo, / que fue herido en las batallas, / está bien visto en nuestra Corte? / ¿Tal vez, porque ahora todos / conocerían mi deshonra, / y en el gran mundo crecería / su gloria de seductor?

Estoy llorando... si recuerda / aún a aquella Tania, sepa / que sus sermones y regaños, / su tono frío y severo / son para mí más preferibles / que esas súplicas y cartas, / que esa pasión tan humillante. / Al menos se compadecía / de mis ensueños juveniles, / al menos antes respetaba / mi juventud... Pero ahora... / ¿Qué le impulsa a usted, / sensible e inteligente, / a arrodillarse a mis pies / y a convertirse en esclavo de un sentimiento miserable?

En cuanto a mí, no aprecio en nada / el oropel de esta vida, / mi éxito en el gran mundo / e incluso mi mansión de moda. / Y es más, gustosa cambiaría / los trapos de esa mascarada / y todo ese falso lustre / por mi jardín abandonado, / por unos libros, por los sitios / en los que yo la vez primera / le vi, por nuestra pobre casa / y por el camposanto, donde / ahora una cruz se alza / sobre la tumba de mi aya...

¡Pensar que la felicidad / tan cerca se encontraba!... Pero / ya se ha cumplido mi destino. / Tal vez mi obrar fue imprudente: / mi madre me pidió llorando / que aceptara. A la pobre Tania / le daba igual la suerte echada... / Y me casé. Usted me debe / dejar ahora, se lo ruego. / No ignoro que usted posee / un corazón honrado y noble. / Sí, le amo, ¿para qué ocultarlo? / Mas yo a otro pertenezco y le seré por siempre fiel".

Se fue. Eugenio permanece / como herido por un rayo. / ¡Qué tempestad de emociones / se ha levantado en su alma! / De pronto suenan las espuelas, / y el esposo se presenta... / Y aquí, lectores, dejaremos / a nuestro héroe en el momento / infortunado de su vida. / ¿Por mucho tiempo? Pues, por siempre. / ¡Bastante le acompañamos / en sus andanzas por el mundo! / ¡Amigos, hemos arribado / a tierra firme! ¡Enhorabuena! / Hubiéramos debido hacerlo / ya hace mucho (¿no es cierto?)..."







jueves, 4 de junio de 2015

Maria versus Callas


"Passasti al par d'amore, che un giorno sol durò."

(El aria [“Ah, non credea mirarti”] ha terminado. Escuchamos los aplausos del público.) 

MARIA CALLAS: Nunca oía los aplausos cuando terminaba el aria. Estaba perdida, como en un sueño profundo, sonámbula, como Amina. Y sin embargo estaba allí, en el centro del escenario de La Scala, vestida con un traje suntuoso, cubierta de brillantes, de auténticos brillantes; en mi apretado moño, rosas frescas recién traídas por avión desde el sur de Francia para la función... Al fin era bella... 
(La música continúa con la cabaletta, el final de la escena y de la ópera. Escuchamos la voz de Maria cantando: “Ah, non giunge”.) 
Yo no dejaba de pensar en aquella muchacha rubia y delgada, compañera mía en el conservatorio. Madame de Hidalgo le dio a ella el papel de Amina en el concierto de fin de curso. Yo estaba destrozada, quería arrancarle los ojos a la maldita rubia. A mí me dio el papel de monja en “Suor Angelica”. “Pero yo quiero cantar el papel de Amina en “La Sonnambula”, Madame de Hidalgo”... “A tu voz y a tu físico le va mejor la monja, hija mía”... Míreme ahora, Madame de Hidalgo. Escúcheme ahora... Muchas veces pienso que canto en cada representación para aquella muchacha rubia, guapa y delgada a la que aplaudieron tanto en el conservatorio. ¿Dónde estará ahora? Con sus blusas siempre recién planchadas y su bolsa llena de naranjas... Mi hermana también era rubia, guapa y delgada, pero ninguna de las dos está aquí. Yo estoy aquí. La gorda, fea, con la piel llena de granos, las gafas de gruesos cristales, vestida por Piero Tosi, cubierta de brillantes, tantos brillantes que apenas puede mover los brazos... ella es ahora el absoluto centro del universo.
Sé que todos ellos están ahí. Mis enemigos. Mi madre. Mi hermana. Las otras cantantes. Sonriendo. Esperando que dé una nota en falso. No tengo miedo, siempre he sido osada. No saben bien hasta qué punto. Alguien dijo que prefería cantar un año como la Callas que veinte como cualquier otra soprano... Ahora, la coloratura. Segunda vez. Nunca repetirlo del mismo modo dos veces.
(Ella escucha. Lentamente, el foro del escenario va convirtiéndose en el interior de La Scala.)
Y ahora la parte más genial de esta producción: Visconti ha hecho que las luces de la sala se vayan encendiendo mientras yo sigo aún cantando, lentamente, lentamente, así el público y yo salimos juntos del mismo sueño. Fue un efecto increíble, nunca ha habido una noche parecida en la historia de La Scala. Guirnaldas de rosas frescas cuelgan de los palcos, el público lleva sus mejores galas, es el estreno más importante de la temporada. Allí está la Tebaldi. Allí está Lollobrigida. Magnani. Los Rainiero. Están todos. Y allí estoy yo. En el centro del escenario más prestigioso de Europa, cantando esa coloratura. Lanzando notas como rayos. Que alguien se atreva a desafiarme. Todos me ven, pero ahora yo también puedo verlos. Les tengo donde quería. No sonríen ahora. Con cada frase, me acerco más y más a la batería. La sala se ilumina más y más a medida que mi voz sube más y más alto. El público ha dejado de respirar. Mi revancha y mi triunfo son completos. Los aplausos me transportan y me purifican. Sólo falta por cantar la última nota... He ganado, de nuevo.”



"Ah, non credea mirarti"



"Ah, non giunge..."