sábado, 26 de diciembre de 2015

La importancia del musical "La viuda alegre" en Madrid


“Antes de 1907 muchos de los musicales importados venían de Inglaterra y Francia. En ese año, sin embargo, la importación de la opereta vienesa casi arquetípica de Franz Lehár La viuda alegre desplazó el centro geográfico. Su fenomenal duración en Broadway, con 416 representaciones, inspiró a los productores estadounidenses a producir en serie un número cada vez más elevado de clones de La viuda alegre. Según Gerald Bordman: “durante siete años, los mejores trabajos que ofrecían los compositores americanos estaban en ese estilo que podríamos denominar “opereta”. Aquellos escritores que no podían o no querían escribir en ese alegre y generalizado idioma centro-europeo se encontraban con decepciones cada vez mayores. El material musical nativo seguía presentándose regularmente, pero casi siempre parecía intimidado por la elegancia desenfadada de la escuela vienesa.”

(“Nuestros musicales, nosotros: una historia social del teatro musical americano”)

Éste podría sería uno de los motivos para ir sin falta a ver la adaptación a musical de La viuda alegre que está en cartel en los Teatros del Canal hasta el 17 de enero. Otro podría ser que esta versión viene firmada por Emilio Sagi, con escenografía de Daniel Bianco. Todo su trabajo es perfecto, y si os interesa un poco la parte de dirección teatral, no podéis perderos el cambio de escena que sucede entre el segundo y el tercer acto, convirtiendo a telón abierto la casa de Hanna Glawari en el café Maxim’s. Uno de esos momentos mágicos que sólo suceden en el teatro. 

Si sigue sin interesaros en absoluto esta viuda alegre, todavía quedan grandísimos motivos de peso para ir. En concreto, dos: Natalia Millán y Antonio Torres. La voz de Antonio Torres (con un registro vocal espectacular) es una de esas maravillas que hay que escuchar en directo. Últimamente se pueden leer muchos comentarios respecto a la música lírica que contienen la frasecita: “dónde están aquellas grandes voces que había antes”. Señores: están en los escenarios. Y además de cantar maravillosamente bien, también saben interpretar. 

Y luego está NATALIA MILLÁN. La proeza que realiza Natalia en La viuda alegre es enorme. Enorme. El registro vocal que alcanza (¿ensayando cuánto? ¿Dos, tres, cuatro meses?) es realmente sorprendente. Y la valentía que demuestra al haber aceptado este reto, también. Ver a Natalia sobre las tablas siempre es motivo para ir al teatro. Es una de las grandísimas actrices de este país. Y la mejor actriz de musicales, sin duda. Que no es que lo diga porque sí, es que, en serio, ¿la habéis visto? Pues eso. Natalia ilumina el escenario desde el primer segundo en el que pone un pie en él, con una presencia escénica abrumadora que mantiene hasta el último minuto. En serio, id a verla. Es una actriz de raza, una de esas extrañas y fascinantes criaturas que han nacido para estar encima de un escenario.

Recapitulemos: La viuda alegre que está ahora mismo en Madrid tiene a una de las mejores actrices (Natalia), a una de las mejores voces (Antonio), a uno de los mejores escenógrafos (Bianco) y a uno de los mejores directores de escena de la lírica (Sagi). Por no hablar de la importancia del propio título en sí:

“Por su parte, las mejores obras alemanas y austrohúngaras también fueron estrenadas en los Estados Unidos. El murciélago, de Johan Strauss II, y La viuda alegre, de Franz Lehár, tuvieron numerosas reposiciones. Esta última fue uno de los mayores éxitos del género en Broadway. Se estrenó en el teatro New Amsterdam, en 1907, y se mantuvo durante 416 funciones, la producción más importante de la primera década del siglo. Por aquel entonces el éxito fue tal que se introdujo la moda "Merry Widow" (Viuda alegre), con sombreros, guantes, corsés, vestidos y cigarrillos. Esta obra de Lehár también confirmó a la coreografía como un componente clave del teatro musical. Tuvo cinco reestrenos en Broadway. El último, en 1943, adaptado por el novelista Sidney Sheldon, fue un éxito que alcanzó las 322 funciones.” 

La coreografía de esta viuda alegre viene firmada por Nuria Castejón y no tiene nada que envidiar a las grandísimas producciones de musicales de Broadway. Es una delicia, desde los valses del primer acto hasta ese numerazo absolutamente espectacular del café Maxim’s, con un coro de bailarines/cantantes/actores que son absolutamente brillantes. Vaya trabajazo y vaya talentazo el de todos ellos. Es en el tercer acto donde más se reconoce el código de “musical americano”, con una última parte brillantísima.

La adaptación y la traducción del libreto es de Enrique Viana; se ha cortado mucho diálogo pero ha mantenido lo esencial para que la historia siga funcionando perfectamente. Y la dirección músical y los arreglos corren a cargo de Jordi López. Y también son magníficos. Intentaré explicar un ejemplo sin sonar cursi o patética, no sé si lo conseguiré: escuchad este “Lippen schweigen”. Ahora imaginad que la voz femenina cambia en varios compases la línea melódica mientras que el violín mantiene esa melodía, con lo cual, lo que antes eran dos voces, se convierten en tres (he llamado "voz" al violín. Cursi.). Bonito, ¿verdad? Pues eso suena cada noche en esta producción.

Pero claro, es un musical. La palabra maldita. Sí, es un musical. Es un muy buen musical. No sé si en este país el género musical dejará alguna vez de ser una moda y un reclamo turístico para convertirse en parte estable del (a veces mal llamado) “teatro serio” que ofrece la cartelera. Pero mientras las productoras apuesten cada vez menos por títulos clásicos y los repartos sean cada vez más rocambolescos, no parece posible que suceda. Es verdad que en Madrid hemos podido disfrutar de grandes y buenos títulos clásicos con muy buenas producciones (como Los miserablesCabaret o Chicago, estos dos últimos protagonizados magistralmente por, oh, sorpresa, Natalia Millán), pero la realidad es que últimamente, con los títulos que hay en cartelera, parece difícil entender que el género musical (concretamente el musical americano) tenga más de ciento veinte años de historia. Vaya por delante decir que no soy una entendida en musicales ni mucho menos: me falta muchísimo por ver y muchísimo por leer para poder serlo. Pero me gustan. Mucho. Y me interesan. Y me da pena el panorama. Por eso considero tan importante y tan necesario que musicales como La viuda alegre estén en cartel. Aunque sea sólo por un mes. (Que ésa es otra. Pero bueno, no entraremos ahí.)

En realidad, el musical americano está mucho más presente en la cultura popular de lo que creemos. Cualquiera que haya escuchado más de diez canciones de Ella Fitzgerald o Frank Sinatra, conocerá temas de musicales escritos por Cole Porter, Irving Berlin, o los hermanos Gershwin. A los que os guste el fútbol y la cosa esa llamada Champions League, reconoceréis en el “You’ll never walk alone” del musical Carousel el himno del equipo de fútbol de Liverpool (intuyo suicidios de hooligans cuando se enteren del origen). Por no hablar del número de veces que se ha podido emitir en televisión Sonrisas y lágrimas, que debe estar a un paso de alcanzar a Pretty woman. Estoy convencida de que todo el mundo puede encontrar un musical que le interese. El género musical abarca desde Anything goes hasta Hedwig and the angry inch pasando por Fosse. Ha ido reinventándose e incluso se ha autoparodiado (como ejemplo, el memorable número de apertura de los premios Tony “Broadway ya no es sólo para gays”).

Por eso estaría bien que los productores ayudasen al público (me incluyo) a entender de dónde se viene y quiénes pusieron las grandes piedras del camino. Y por eso está bien que ahora sepamos que hubo un compositor llamado Franz Lehár que compuso, entre otras, una opereta llamada La viuda alegre que fue de gran importancia en los inicios del musical americano, y que hay un director llamado Emilio Sagi que ha decidido acercar ese título de la lírica al gran público.

Ya lo dice el propio Sagi:

“... Lo que un buen director debe lograr es atraer a los cantantes y al equipo hacia su idea. Esta idea está viva y es la que se desgaja de uno en un espectáculo, la que queda en el escenario. Y, por muy obvio que parezca, si la idea cobra vida es única y exclusivamente porque la gente que participa de ella está viva. Toda esa gente, sin excepción, es la que dota de movimiento, de sangre, de vitalidad a aquello que a ti se te ha ocurrido. No sólo los cantantes, que son quienes tienen, encima, la generosidad y la responsabilidad de inyectar sus recuerdos y su experiencia vital en la idea que a ti se te había ocurrido, sino de todo el teatro. Eso es lo que hay que lograr y lo que, evidentemente, es imposible sin implicación personal tanto de uno mismo, primero, como de todo el resto de la compañía, después.” 


Eso ha logrado el maestro Sagi en esta producción de La viuda alegre. Eso logran el equipo y el elenco. Eso logra el gran Antonio Torres. Y eso logra la magnífica Natalia Millán.

Hasta el 17 de enero en los Teatros del Canal. Haced el favor.





sábado, 12 de diciembre de 2015

Vendetta. Nucci.


"Sì, vendetta, tremenda vendetta..."

"No estuve anoche en el estreno de Rigoletto –haberlo hecho hubiera puesto en peligro mi porvenir en este periódico, toda vez el espectáculo del Real coincidía con el superdebate y las correspondientes obligaciones-, pero sí me personé en el ensayo general del primer reparto (viernes) y del segundo (sábado), antecedentes premonitorios ambos del escándalo de ayer. 

Escándalo en sentido positivo. Escándalo por la escandalera que volvió a suscitarse cuando los espectadores exigieron a Leo Nucci (y a la soprano rusa Olga Peretyatko) repetir el dúo de “La vendetta”, exactamente como se lo exigieron al barítono italiano en la producción de 2009. 

Fue la primera vez que se vivía una situación así en la joven historia del coliseo madrileño. La segunda la protagonizó Javier Camarena en el columpio de los nueve do de pecho de La fille du régiment. Y la tercera le ha devuelto el cetro a Nucci. El cetro verdiano, la insólita envergadura vocal y musical de un artista que ha interpretado 500 veces Rigoletto –la cifra no es una exageración arbitraria, sino una estadística- y que ha cumplido 73 años sin atisbo de decadencia. 

Nucci ya había creado el viernes un estado de sugestión propiciatorio. Por su dimensión legendaria. Por sus dotes comunicadoras. Y por un hábil ejercicio de la demagogia que no contradice su imponente naturaleza artística. Había predispuesto un ambiente de “bis”. Sabía que se lo iban a pedir. Y se lo pidieron. Y lo concedió exhibiendo un agudo de tenor, “acuchillando” el paraíso del Real con un escalofrío. 

De Nucci emociona su trayectoria y su vigencia, pero los méritos de este escandaloso Rigoletto se demuestran bastante repartidos. Empezando por la tensión que el maestro Luisotti obtiene en el foso de las premoniciones, hasta el extremo de motivar a la orquesta –y al coro- en una prestación mayúscula. Estábamos en Madrid, como podríamos estar en Parma o en la Scala, de tanta energía verdiana que emanaba de las profundidades. 

La reputación de un gran teatro empieza por la orquesta. No por subordinar el papel de los cantantes y menos aún en el caso de Nucci, sino porque cualquier arquitectura operística requiere la calidad y la competencia de la sala de máquinas. Luisotti la hizo rendir a una altura impresionante –y al coro también-, consiguió extremar la teatralidad de la partitura, su delicadeza, su corpulencia, su afinidad al claroscuro verdiano. 

Y fue el contexto en que los solistas anónimos se convirtieron también ellos en cantantes. La voz noble y abaritonada del primer chelo, el sonido inmaculado, sensible, del oboe. El escándalo –otra vez- de los timbales en su fuerza telúrica y en su acepción patibularia. 

Patibularia como la propuesta escénica, oscura, desgarrada de David McVicar. La orgía pasoliniana de la escena introductoria –pasoliniana en la estética del "Decamerón" y de Los cuentos de Canterbury- predispone al hallazgo de un cadalso, a la tramoya de una escena entre cuyos maderos acaban ajusticiados Rigoletto y su hija en la impotencia de la “forza del destino”. 

Era Rigoletto la obra favorita de Verdi. Concedió a su protagonista, “mi viejo jorobado”, escribía Verdi, una mirada piadosa, condescendiente. Se reconoció en la fatalidad, en el desgarro, en la fragilidad. Y la convirtió en una ceremonia de iniciación a la que muchos aficionados debemos nuestra devoción operística. 

“Io sono Rigoletto”, dan ganas de proclamar. Y dan ganas de ir al Teatro Real todas las tardes. Para escuchar a Leo Nucci y la animalidad escénica de la Peretyatko. Para reconocerle a Luca Salsi -segundo reparto- los atributos de una actuación apabullante, en sus detalles, en su línea de canto, en su terribilità. Para conmoverse con la sensibilidad de Lisette Oropesa en su Gilda incorpórea. Y para compartir con el viejo jorobado la crucifixión de las maldiciones."










viernes, 4 de diciembre de 2015

Il balen del suo sorriso


"Il balen del suo sorriso d'una stella vince il raggio!"

"NUÑO: Y hoy la voy a perder para siempre, si no me ayuda tu arrojo. Yo debía haberla olvidado; pero mi corazón , y tal vez mi orgullo, se han resentido ya en extremo... Me es imposible no amarla. Cuando murió Manrique en el ataque de Velilla, creí que, resignándose con su suerte, se tendría por muy dichosa en dar la mano al conde de Luna, en llevar un apellido noble y brillante. Me engañé... Apenas podría creerlo: ha preferido encerrarse con su orgullo en un claustro. Hoy mismo debe profesar en el convento de Jerusalén..."



"El resplandor de su sonrisa 
vence el brillo de una estrella; 
el fulgor de su bello rostro 
nuevo valor infunde en mí... 
¡Ah! el amor, el amor donde ardo 
sepa hablarle en mi favor, 
disipe el sol de su mirada 
la tempestad de mi corazón."

Rolando Panerai:



Dmitri Hvorostovsky: