viernes, 12 de junio de 2015

Eugene Onegin - Escena final

"¡Pensar que la felicidad tan cerca se encontraba!"

"¿Quién no podría, al contemplarla, / adivinar su sufrimiento? / ¿Quién no podría en la kniaguina / reconocer a aquella Tania? / Arrepentido hondamente, / se postra a sus pies. Tatiana / se estremece y, silenciosa, / le mira sin mostrar enojo / ni extrañeza... El aspecto / enfermo y triste de Oneguin, / sus ojos se lo dicen todo. / Entonces resucita en ella / la humilde joven con los mismos / ensueños de aquellos tiempos.

No le obliga a levantarse / y, al contemplarlo, no aleja / su mano inerte de los labios / ardientes y ávidos de Eugenio... / ¿En qué estará soñando ahora? / Reina un silencio prolongado. / Al fin le dice en voz baja: / "Levántese usted, bastante. / Le debo explicarlo todo / abierta y sinceramente. / ¿Recuerda usted aquel encuentro / en la alameda, en el parque? / ¿Recuerda cómo me aleccionaba / a mí, sumisa? Ha llegado / mi turno de hacer lo mismo.

Yo era en aquel entonces / más joven, más lozana y bella; / yo le amaba. Y ¿qué respuesta / yo encontré en su corazón? / Dureza sólo. ¿No es cierto? / ¿No era novedad alguna / el tierno amor de una niña / para usted? Cuando me acuerdo / de su sermón y su mirada, / de frío llena, se me hiela / aún la sangre en las venas... / No le reprocho: actuó / usted entonces con nobleza. / Se lo agradezco en el alma...

Allí, en los sitios alejados / de esa vanidad mundana / (¿no estoy acaso en lo cierto?), / usted me rechazó... Entonces, / ¿por qué ahora me persigue? / ¿Por qué en mí se ha fijado? / ¿Acaso porque pertenezco / a la alta sociedad, soy noble / y rica, porque mi esposo, / que fue herido en las batallas, / está bien visto en nuestra Corte? / ¿Tal vez, porque ahora todos / conocerían mi deshonra, / y en el gran mundo crecería / su gloria de seductor?

Estoy llorando... si recuerda / aún a aquella Tania, sepa / que sus sermones y regaños, / su tono frío y severo / son para mí más preferibles / que esas súplicas y cartas, / que esa pasión tan humillante. / Al menos se compadecía / de mis ensueños juveniles, / al menos antes respetaba / mi juventud... Pero ahora... / ¿Qué le impulsa a usted, / sensible e inteligente, / a arrodillarse a mis pies / y a convertirse en esclavo de un sentimiento miserable?

En cuanto a mí, no aprecio en nada / el oropel de esta vida, / mi éxito en el gran mundo / e incluso mi mansión de moda. / Y es más, gustosa cambiaría / los trapos de esa mascarada / y todo ese falso lustre / por mi jardín abandonado, / por unos libros, por los sitios / en los que yo la vez primera / le vi, por nuestra pobre casa / y por el camposanto, donde / ahora una cruz se alza / sobre la tumba de mi aya...

¡Pensar que la felicidad / tan cerca se encontraba!... Pero / ya se ha cumplido mi destino. / Tal vez mi obrar fue imprudente: / mi madre me pidió llorando / que aceptara. A la pobre Tania / le daba igual la suerte echada... / Y me casé. Usted me debe / dejar ahora, se lo ruego. / No ignoro que usted posee / un corazón honrado y noble. / Sí, le amo, ¿para qué ocultarlo? / Mas yo a otro pertenezco y le seré por siempre fiel".

Se fue. Eugenio permanece / como herido por un rayo. / ¡Qué tempestad de emociones / se ha levantado en su alma! / De pronto suenan las espuelas, / y el esposo se presenta... / Y aquí, lectores, dejaremos / a nuestro héroe en el momento / infortunado de su vida. / ¿Por mucho tiempo? Pues, por siempre. / ¡Bastante le acompañamos / en sus andanzas por el mundo! / ¡Amigos, hemos arribado / a tierra firme! ¡Enhorabuena! / Hubiéramos debido hacerlo / ya hace mucho (¿no es cierto?)..."







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